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sábado, 26 de abril de 2008

No todo está perdido para alcanzar de madrugada los sueños que no logramos poner a buen recaudo por las mañanas. Tal vez esas mañanas de domingo en las que te despiertas y todo parece en calma, es como si el Sol supiera de antemano que es día de fiesta. Todo lo invade un tranquilo silencio, desde las ventanas entra una luz suave que va mojando toda la habitación. Sobre la mesa aquel libro que deja desplomar las solapas usadas, dejando ver su dedicatoria y casi como un fantasma del pasado pasa por mi mente aquella noche en que la tinta aun estaba fresca.

Puede que no quede tan lejos, cuando entre tanto silencio encontraba su rostro, sus ojos cerrados, apenas visibles por el pelo caído cuidadosamente sobre la almohada.

Cuando paseábamos hojas en aquellas nocturnas lecturas y nos sentíamos tan ciertos como el joven galán y la niña que quería escapar de su rutina.

Ahora estoy solo. Nunca he estado tan solo. Las horas son prácticas de tortura que me alejan cada vez más que sus dulces recuerdos, tan lejanos, tan adentro que cualquier pensamiento dista mucho del mundo que ven mis ojos.

Porque todo sentimiento son palabras, alborotadas y locas que todas las noches se postran ante mí como guardianes de mi melancolía incrustadas en este viejo libro, recuerdo de lo que fuimos, fantasmas aún enamorados de mí, palabras...

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